Es de noche,
todos duermen
menos un incansable músico
que siempre acompaña mis soledades.
Un defecto de mi persona
me hace elegir equivocarme
y todas las noches
hago una lista
de todos mis errores.
El dulce sabor de la equivocación...
El dulce sabor de los instantes...
que luego te hacen llorar.
Veo el fuego y corro hacia él,
trato de agarrar
ciegamente
la efímera llama
que sé que jamás será mía.
"Y se dejó el hierro en la herida
para morir más despacio".
Veo la sangre deslizándose por mi cuerpo
y sonrío,
permanezco en el suelo
respirando el aire que jamás tuvo tanto olor a nada,
viendo todos los colores de la vida
pasando ante mis ojos,
todas las sonrisas que me han dedicado,
todas las miradas que no han sabido decir palabra,
y todas las caricias me han hecho estremecer.
Y recuerdo,
recuerdo con la intensidad del presente,
y con la dulzura del pasado,
todos esos momentos que me han hecho no pensar en nada,
los pequeños momentos que simplemente he querido disfrutar
sin pensar en el antes ni en el después.
Recuerdo todo lo que no ha pasado
y recuerdo lo que ha podido ser.
Recuerdo la distancia existente
entre dos personas
cuyas almas se abrazan.
Una conversación,
una bebida espiritosa,
una complicidad,
un misterio,
el lugar de siempre
pero... que nunca es igual.
Y ya cerrando los ojos
todo se me aparece a un tiempo
sintiendo la plenitud
de poder decir adios.
De ser feliz
con todos mis errores
vividos con quienes han querido errar conmigo.